SOBRE MI

A mis tempranos 8 años de edad, tomé una decisión que marcaría mi vida: yo iba a ser abogada para defender a las niñas y niños. Esto no fue una idea al azar; tenía mis razones, pues mi mamá y papá nos castigaban duramente a mí y a mis hermanos todos los días. Sí, todos los días.

Así que a los 23 años, me gradué de abogada, y ¿adivina en qué me especialicé? En derecho de menores y familia, por supuesto. Esto me permitió conocer en profundidad a las madres, los padres, hijas e hijos; sus dolores, miedos, patologías psicológicas, problemas de conducta y pare usted de contar.

En mi deseo por cumplir mi misión de la mejor manera, hice una especialización en pedagogía, pues pensaba que mi tarea debía consistir en educar a las familias para que pudieran ser y criar mejores personas.

Luego llegué a la conclusión de que el problema era estructural, que el Estado debía hacer algo para resolver los problemas familiares. Entonces decidí cursar una maestría en trabajo social y me formé en planificación, diseño y evaluación de programas sociales. Sin embargo, por razones que escapaban de mis manos, esto tampoco logró el impacto y la trascendencia que yo aspiraba que tuviera mi trabajo.

Lidiar con el sufrimiento de niños y adolescentes fue muy difícil para mí y me afectó mucho, porque me di cuenta de cuan poco podía hacer para protegerlos. Pues cuando la puerta de una casa se cierra, ninguno de los que estamos afuera puede hacer nada para impedir que algo malo suceda.

Eso motivó que cambiase de especialidad y me dedicase al derecho laboral con el fin de defender a los trabajadores. Primero, representé a trabajadores y sindicatos; y después fui a trabajar en el ámbito corporativo, en PDVSA. Pero mi corazón siempre estaba procurando proteger al débil jurídico de la relación: a la clase obrera.

«Lidiar con el sufrimiento de niños y adolescentes fue muy difícil para mí y me afectó mucho, porque me di cuenta de cuan poco podía hacer para protegerlos. Pues cuando la puerta de una casa se cierra, ninguno de los que estamos afuera puede hacer nada para impedir que algo malo suceda.»

En esta área, viví en carne propia lo que el poder económico es capaz de hacer para mantener sus privilegios, asimismo comprendí que la conciencia estomacal es la principal debilidad de la clase trabajadora, ya que todas las luchas laborales acaban cuando vemos peligrar nuestra obligación de llevar comida a nuestra mesa. Y lo más doloroso que me enseñó el derecho del trabajo es que la justicia sólo existe si puedes pagar por ella.

El estudio y la práctica del derecho me han permitido conocer la naturaleza humana en sus más diversas y contradictorias expresiones. Por lo cual puedo decir, por experiencia propia, que todos los seres humanos –sin excepción– somos capaces de todo lo bueno y todo lo malo; y que lo que crea una diferencia es nuestro libre albedrío, o sea, la capacidad que todos tenemos de elegir: cuidar, amar, confiar, valorar y respetar; en lugar de dañar, odiar, engañar, destruir y temer.

El estrés laboral y la lucha constante por alcanzar el éxito fueron deteriorando mi salud, a tal punto que un día quedé paralizada en mi cama, sin saber qué me ocurría. Simplemente, mi cuerpo no respondía. Yo pensaba me voy a levantar para ir a trabajar, pero permanecía inmóvil, el cuerpo no me obedecía. A raíz de esto entendí que debía buscar algo diferente, una forma de sanar mi cuerpo, mi mente y vivir en paz. Así fue como encontré la meditación.

«El estudio y la práctica del derecho me han permitido conocer la naturaleza humana en sus más diversas y contradictorias expresiones. Por lo cual puedo decir, por experiencia propia, que todos los seres humanos –sin excepción– somos capaces de todo lo bueno y todo lo malo; y que lo que crea una diferencia es nuestro libre albedrío, o sea, la capacidad que todos tenemos de elegir: cuidar, amar, confiar y valorar; en lugar de destruir, odiar, engañar y temer.»

He practicado diferentes métodos de meditación a lo largo de 25 años, unos basados en la respiración, otros, en el pensamiento, el movimiento, la visualización, el canto, la música, etc. He meditado en el agua, dentro del mar, de una bañera, frente a una hoguera alimentando el fuego, sobre el pasto, sobre un tepuy en La Gran Sabana venezolana; en mi cama, en una esterilla, bailando y de muchos otros modos. Consagré 12 años a la vida monástica, meditando y prestando servicio como voluntaria.

En la faceta más gentil de mi profesión de educadora, he dictado cursos de meditación a más de 10.000 personas y he ayudado a transformar las vidas de miles de seres, mediante el uso de diferentes técnicas terapéuticas de tipo holístico.

Afortunadamente, toda esta experiencia de vida y trabajo me permitió lograr lo que más anhelaba cuando inicié mi camino espiritual, me llevó a la iluminación, a desvelar mi esencia que estaba oculta en lo más íntimo de mí, a amar cada célula de mi cuerpo, cada átomo de mi ser, a transformarme en lo que siempre he sido y seré: Yo soy la luz.

Mi vida ha sido intensa, fascinante, compleja. He llorado a mares y me río a carcajadas. He amado con pasión y sufrido desdén. He recibido la bendición de ser madre, hija, hermana, amiga y maestra.

Un día me di cuenta de que yo tenía el poder para decidir y convertirme en quién quería ser realmente, que ninguna fuerza terrestre ni del espacio sideral iba a determinar si yo era feliz, me sentía en paz y me amaba hasta en el más sublime detalle. Y lo hice, dije que lo iba a hacer y lo hice: iluminé mi consciencia y mi vida.

Desde entonces experimento una paz infinita y una felicidad incausada –que no viene ni se va por ningún motivo externo. Ahora mi ser interno siempre está en paz, y desde ese lugar, sigo compartiendo todo lo que la vida me ha enseñado con quienes quieran mejorar su vida en cualquier aspecto.

Por eso te invito a llamarme, que nos sentemos a conversar de lo que te preocupa, duele o angustia, de tus miedos, frustraciones y ansiedades. Te propongo que me escuches, que meditemos y reflexionemos juntos sobre tu problema y le encontremos una solución, de una manera creativa, verdadera y edificante. Ven conmigo para que unamos fuerzas y hallemos la forma de sanarte, mejorarte y que al salir de aquí sientas alivio, paz, amor, felicidad y unas ganas inmensas de vivir con plenitud. Para que la próxima vez que te mires al espejo, sientas total orgullo de esa persona divina en la que te has transformado. Porque tú naciste para traer luz a este mundo.

Inscríbete en el programa que más te inspire y te acompañaré en tu gran aventura.

Con amor, Enid.